domingo, mayo 06, 2007

"With a little help from my friend"



Esta noche, al llegar a mi casa, descubrí un paquete de salchichas en el piso, debajo de la silla de la computadora. Estaba vacío y, por supuesto, no tenía nada qué hacer allí. Sólo había una explicación posible: Oliver debía haberlo sacado de la basura. Mmmh... quizás aquí convenga una breve explicación.

Oliver es un cannis familiaris que se incorporó a mi vida hace casi siete años. Desde entonces ha destrozado algunos pares de zapatos y pantuflas, tres o cuatro fotografías, una docena de periódicos, ha organizado unos treinta reventones unitarios y apocalípticos estando solo en la casa, se ha cagado en los lugares más inapropiados y en los momentos más inoportunos y nos ha acostumbrado a la incesante labor de recoger sus pelos, distribuidos meticulosamente por todos los rincones de la casa. Poniéndolo en la balanza, todo lo anterior es insignificante junto a lo adorable que este hijo de perra es. Finalmente, todos estos años, Oliver ha sido mi más fiel compañero, mi amigo incondicional y una criatura tiernísima de esas que dan ganas de estrujar con manos, brazos y pecho.

Pues, como decía... Oliver debió tomar de la basura aquel paquete de salchichas, cosa que estuvo muy mal y no podía dejarse pasar por alto, ni siquiera al perrito más encantador del mundo; así que decidí reprenderlo. "¡Oliver! ¿Qué hace esto aquí?" le dije, con el tono de enojo más falso posible, mientras recogía del piso el cuerpo del delito. Él, absolutamente inocente en un sentido pero no en el otro, se tragó por completo mi pésima pero intencionada interpretación del papá regañón. Bajó la cabeza y apartó de mí la mirada. "¡Ven acá!" Se hizo más chaparro de lo que los cocker spaniel ingleses suelen ser, ¡estaba en problemas! "¡Ven acá, te digo!" Más que irónico, es muuuy cagado ver a un perro pretendiendo escabullirse "a gatas". "¡No, no, no! ¡Ven acá, ándale!" Fuck! No tenía escapatoria. Se acercó, tan pegado al piso que no me habría sorprendido verlo reptar y, moviéndose tan despacio que preferí avanzar hacia él. That was it!, he was doomed. De plano se tiró al piso. Acerqué un pie mientras seguía recriminándolo. "¿Qué hiciste, Oliver?" Extendió una patita apoyándola en mi pie en busca de reconciliación, pero yo no estaba dispuesto a ceder. "¿De dónde salió esto?" y le acercaba la bolsa de salchichas para que la oliera, su crimen no quedaría impune. Se tiró de costado, persistía con una y otra patita en sus intentos conciliatorios. Arremetí, "¡Dime qué hacía esto debajo de la silla!" Llegando al límite de la salud mental canina, en aquel sádico juego psicológico, Oliver se volteó boca arriba, como cuando los perros que sí están entrenados hacen "el muertito". Las patitas dobladas a los costados de su pechito fueron demasiado para mí. Me venció. Quienes han visto al gato con botas de Shrek entenderán lo que sucedió.

En estos momentos, Oliver yace pacíficamente dormido en uno de los sofás. El incidente del paquete de salchichas ha quedado atrás. No me guarda rencor por ser tan duro con él ni yo a él por sus travesuras. Seguimos siendo los mejores amigos..... Si tan solo pudiera arreglarse así las cosas entre los hombres.

No hay comentarios.: