¿Qué nos enseñan en la escuela?
- A efectuar operaciones.
- Una embarrada hipócrita de gramática y ortografía.
- Definiciones.
- Fechas y nombres (de personajes y lugares) "históricos".
- Rudimentos de teorías científicas.
- A sentir aversión por la lectura.
- A comunicarnos en algún idioma distinto del español.
Abundando de manera crítica en los puntos anteriores.
1. Efectuar operaciones.
En la escuela las matemáticas se reducen a cálculos aritméticos en la primaria, manipulaciones algebraicas y geométricas en la secundaria y a abstracciones físicas en la media superior. De ahí la popular y errónea creencia de que quien es bueno para las matemáticas es bueno para los números.
¿Qué habilidades se desarrollan con un apropiado ejercicio de las matemáticas y que no nos enseñan en las escuelas?
- Estructuración y orden del pensamiento analítico.
- Ponderación de la información para identificar los factores cruciales en un problema y discriminar los elementos irrelevantes.
- Pensamiento lógico-deductivo.
- Reconocimiento de patrones y generalización de métodos e ideas.
- Formalidad en el pensamiento.
- Exigencia de coherencia en la construcción y comunicación de las ideas.
Las clases de español, pretendiendo cimentar la lengua que ya usamos para comunicarnos, son sesiones de asimilación forzada de reglas. El objetivo, tácito por considerarse sobreentendido, queda muy alejado de los fines prácticos que reconocemos en el lenguaje: la comunicación. Se privilegia la corrección (gramática y ortográfica) por la corrección misma, sin mostrar qué utilidad o beneficio genera ésta en la vida cotidiana, sin inculcar una cultura de la apropiada expresión en el lenguaje.
Pero más allá de las "minucias" del correcto uso de la palabra, las clases de español no están orientadas hacia la comunicación efectiva, que en última instancia, debería ser el objetivo primordial. Las escuelas deberían combatir el analfabetismo funcional. Partir del "qué quiero decir" y saber cómo decirlo. O, en el caso opuesto, tomar lo dicho y entender lo que se ha querido decir. Y aquí se hace evidente el vínculo entre dos materias que, tradicionalmente, se han concebido como totalmente ajenas: español y matemáticas. En efecto, la claridad de pensamiento que las matemáticas exigen y fomentan, va de la mano con la claridad en la comunicación. Para incrementar la eficacia comunicativa, las ideas y la manera de expresarlas deben ser claras.
En este sentido, la gramática es más importante que la ortografía pues la primera consiste en el uso apropiado del idioma como herramienta para la comunicación, mientras que la segunda se circunscribe a la corrección de la palabra por la palabra misma.
¿Por qué es hipócrita la enseñanza del español en nuestras escuelas? Porque, a pesar de que en toda la experiencia escolar es ineludible el uso del lenguaje, fuera de la sesión reservada a su estudio, no se hace énfasis en el desarrollo de las habilidades lingüísticas. Todos los participantes en la comunicación deberíamos, todo el tiempo, ser críticos de la calidad de ésta.
3. Definiciones.
En las primeras etapas de su desarrollo, el ser humano se enfrenta con la difícil tarea de construir su acervo semántico. Al principio mediante asociación de sonidos arbitrarios con objetos, eventos y personas. Posteriormente se van efectuando asociaciones entre las palabras y así el contenido semántico se va refinando. En la escuela se ejerce un excesivo énfasis en las definiciones. El colmo lo encontramos en aquellos exámenes en que se nos exige la reproducción textual de una definición, sin variaciones, sin permitir el uso de sinónimos. El hecho de privilegiar la definición conlleva, paradójicamente si se quiere, una deficiente comprensión de lo definido.
No basta con fomentar el sano hábito de construir uno mismo su definición, es necesario aprender que tras el establecimiento de una definición hay una serie de posturas y decisiones teóricas que irán heredando sus consecuencias a lo largo de toda discusión o análisis en los que intervenga el concepto definido. Conscientes de esto, deberíamos estar abiertos al ejercicio de la re-definición de nuestros conceptos en función de nuestros hallazgos durante el uso de los mismos. En lugar de aprender a defender a ultranza definiciones ajenas y asimiladas de manera acrítica, deberíamos aprender a evaluar nuestro conocimiento de manera retroactiva.
4. Fechas y nombres (de personajes y lugares) "históricos".
La enseñanza de la historia es mediana y vagamente identificada como deficiente. Se reconoce y se insiste en que está reducida a la memorización (efímera) de personas, eventos, fechas y lugares. Sin embargo no hay consenso, ni mucho menos, acerca de qué es lo que debería reemplazar a esa concepción del estudio de la historia. Acerca de este punto es necesario reflexionar y discutir más a fondo, por lo que en otra oportunidad se le dedicará la atención merecida.
5. Rudimentos de teorías científicas.
Las clases de ciencias, naturales y sociales, se limitan a la revisión de los productos que dichas ciencias han generado. En cierta medida, muy moderada, se procura el entendimiento y manejo de la teoría. Casi nunca se busca poner en práctica el conocimiento científico y los llamados laboratorios de ciencias se parecen demasiado a los programas televisivos de cocina.
Se pasa totalmente por alto el poder del pensamiento científico. Más que divulgar de forma panorámica el estado del avance científico, en las escuelas debería entrenarse a la mente en esta fértil forma de pensar. Fomentar la curiosidad, orientar la observación, incentivar la indagación, nutrir la creatividad, entrenar el pensamiento para que sea riguroso y promover la costumbre de poner a prueba las explicaciones.
6. A sentir aversión por la lectura.
Al igual que con la historia, acerca de la literatura hay una noción difundida del pésimo fomento que se hace de la lectura. En años recientes se ha venido insistiendo en los medios sobre la virtual inexistente costumbre lectora de la población mexicana. Los mexicanos leen, en promedio, uno punto cinco libros al año, se dice.
Si en algo ha fracasado rotundamente el sistema educativo es en este punto. Frente a lo efímero, vertiginoso y, la mayoría de las veces, superficial de los contenidos en televisión, es imprescindible apoyarse en textos si se quiere formar una idea más amplia y acabada de la realidad. Pero al igual que como sucede con la enseñanza del idioma natal, la experiencia de la lectura en la escuela carece de propósito y de vínculo con la vida cotidiana. En lugar de invitar al estudiante a proponer temas o lecturas específicas, se le obliga a leer textos que, independientemente de que pudiera o no disfrutar, los percibe por este simple hecho como coercitivos. Así se garantiza la percepción de la lectura como castigo.
La lectura no es benéfica ni enriquecedora en sí misma sino en función de sus contenidos. En este sentido se contrapone al deporte que, sin importar cuál se elija, rinde frutos a quien lo practica. ¿Por qué entonces si en cuanto al deporte se fomenta su práctica siempre insistiendo en la libertad de elección, no se hace lo mismo con el hábito de la lectura?
7. A comunicarnos en algún idioma distinto del español.
Es irónico y sintomático el que en las escuelas donde se enseña alguna lengua extranjera, ésta se inculque con mejores directrices y con métodos más efectivos que el español. En primer lugar, la carga de reglas gramaticales y ortográficas es sensatamente moderada y, en segundo lugar, la finalidad comunicativa es explícita. ¿Para qué se estudia inglés en la escuela? Para aprender a comunicarse en ese idioma. ¿Y para qué se estudia español?..... En respuesta sólo hay un ominoso silencio.
Este es un análisis preliminar y somero, pero definitivamente crítico, del estado de la educación en México. Como tal, sirve para bosquejar las posturas de este blog así como para ir perfilando sus objetivos. En este foro se pretende fomentar la discusión acerca de las necesidades pedagógicas insatisfechas por nuestro sistema educativo vigente, aspirando a contribuir en la construcción de soluciones eficientes, siempre procurando ser respetuosamente crítico y estar abierto al disenso.
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