Infografía del sitio Animal Político con base en encuesta por Caleidoscopio Electoral. |
El periodista Ricardo Alemán en su blog La Otra Opinión, pregunta "La Educación en México... ¿Está bien?" y se asombra por los resultados de una encuesta efectuada por Caleidoscopio Electoral en la que se observa que la tercera parte de los padres cuyos hijos estudian (no se especifica en qué nivel) no perciben que haya motivos para estar insatisfechos con la educación de los mismos. Al final del post, el Sr. Alemán se pregunta "¿Qué está
pasando? ¿Qué verán los
padres de familia que no reflejan los estudios internacionales y el sentido
común? ¿Será acaso que más
de la mitad de los padres de familia están conformes con que sus hijos reciban
una educación mediocre y muy por debajo de las necesidades?"
En mi opinión hay dos razones, un tanto entrelazadas, que explicarían tal situación contra-intuitiva. La primera es que otros fenómenos sociales acaparan casi toda la atención: inseguridad, pérdida de poder adquisitivo, desempleo, impunidad, etc. Todos estos componentes de la realidad, que se palpan directamente o a través de los medios de comunicación, relegan a un muy lejano segundo plano asuntos como la armonía de las relaciones familiares, la importancia de la autorrealización a través del empeño en un trabajo digno y, por supuesto, la calidad e importancia de la Educación.
La otra razón, que como decía se traslapa un poco con la anterior, es algo que quizá suene escandalosamente absurdo. Hace unos días, hablando justamente de la crisis del Sistema Educativo con mi hermano mayor, le preguntaba "¿cuál crees que sea el giro real de las escuelas?", refiriéndome a la enseñanza básica (primaria y secundaria). Mi controversial postura es que, vistas como negocio, el giro de las escuelas primarias y secundarias es el de guarderías. La razón primordial por la que los padres inscriben a sus hijos en la escuela es una amalgama de tradición/necesidad, la necesidad de que alguien se ocupe de ellos algunas horas al día.
Como pieza del sistema económico, la escuela cumple con la función de desembarazar a los padres del cuidado de los hijos el tiempo necesario para que éstos se entreguen a sus labores productivas. Lo propiamente educativo, es sólo un valor agregado a esta función central de la escuela. Sólo la enseñanza de ciertas habilidades cognitivas básicas, por ser imprescindibles para el desarrollo académico ulterior, puede considerarse como una función toral que la escuela desempeña. No obstante lo hace, como dijimos en un post anterior, con ominosa deficiencia. Dejarse escandalizar por esta afirmación sería sintomático de la confusión entre lo que se quiere ver en el Sistema Educativo, lo que se espera de él, y lo que en realidad es, en lo que se ha convertido.
Por supuesto, el deseo de todo padre y madre de familia es que sus hijos reciban una educación de calidad, que les aporten los conocimientos, valores y hábitos necesarios para integrarse a su entorno como individuos productivos y autosuficientes. Confían en el Sistema Educativo, en que la misión de éste es congruente con las aspiraciones de ellos. Históricamente han tenido motivos para brindar esa confianza, su propia experiencia parece reforzarla. Sin embargo, ¡no tienen contra qué contrastarla! Pues sería incorrecto compararse con aquellos sectores desfavorecidos que no han recibido ningún tipo de educación planificada y estructurada.
Lo correcto sería comparar el Sistema Educativo oficial y vigente con algún otro método, sistema o institución. ¡Pero no los hay! A lo más que los padres de familia pueden acceder es a la comparación entre escuelas, todas ellas insertas en el mismo Sistema Educativo, participando de él, propugnándolo, perpetuándolo. Pero si algo nos dicen los índices publicados por la OCDE, es que la diferencia entre la mejor y la peor de las escuelas en México, no es realmente significativa. La diferencia se da, ante todo, en las competencias sociales. La diferencia la hace el entorno, todo aquello alrededor de lo académico: las jerarquías de valores morales con que opera y que difunde la escuela (y que pueden no coincidir), la eficacia con que fomenta atributos como seguridad, respeto y auto-imagen positiva en el alumnado, el tipo de relaciones sociales que propicia y, finalmente, la visión que promueve del mundo. Todos ellos, aspectos propios de un sistema formativo pero que además coinciden en no estar contemplados por nuestro Sistema Educativo.
Así que, dejemos de pensar en la escuela como el lugar donde los hijos aprenden las competencias intelectuales necesarias para su desarrollo laboral y entendamos de una vez que es, más bien, el lugar donde se edifica el ser interior y el ser social. Si lo entendemos así, fácilmente percibiremos el absurdo de delegar tal formación a un sistema cuyo eje operativo es la "transmisión de conocimientos" (así lo asume) y que, además, ni siquiera satisface dignamente sus propios objetivos. Necesitamos trascender el modelo, debemos desertar de las escuelas.
Como pieza del sistema económico, la escuela cumple con la función de desembarazar a los padres del cuidado de los hijos el tiempo necesario para que éstos se entreguen a sus labores productivas. Lo propiamente educativo, es sólo un valor agregado a esta función central de la escuela. Sólo la enseñanza de ciertas habilidades cognitivas básicas, por ser imprescindibles para el desarrollo académico ulterior, puede considerarse como una función toral que la escuela desempeña. No obstante lo hace, como dijimos en un post anterior, con ominosa deficiencia. Dejarse escandalizar por esta afirmación sería sintomático de la confusión entre lo que se quiere ver en el Sistema Educativo, lo que se espera de él, y lo que en realidad es, en lo que se ha convertido.
Por supuesto, el deseo de todo padre y madre de familia es que sus hijos reciban una educación de calidad, que les aporten los conocimientos, valores y hábitos necesarios para integrarse a su entorno como individuos productivos y autosuficientes. Confían en el Sistema Educativo, en que la misión de éste es congruente con las aspiraciones de ellos. Históricamente han tenido motivos para brindar esa confianza, su propia experiencia parece reforzarla. Sin embargo, ¡no tienen contra qué contrastarla! Pues sería incorrecto compararse con aquellos sectores desfavorecidos que no han recibido ningún tipo de educación planificada y estructurada.
Lo correcto sería comparar el Sistema Educativo oficial y vigente con algún otro método, sistema o institución. ¡Pero no los hay! A lo más que los padres de familia pueden acceder es a la comparación entre escuelas, todas ellas insertas en el mismo Sistema Educativo, participando de él, propugnándolo, perpetuándolo. Pero si algo nos dicen los índices publicados por la OCDE, es que la diferencia entre la mejor y la peor de las escuelas en México, no es realmente significativa. La diferencia se da, ante todo, en las competencias sociales. La diferencia la hace el entorno, todo aquello alrededor de lo académico: las jerarquías de valores morales con que opera y que difunde la escuela (y que pueden no coincidir), la eficacia con que fomenta atributos como seguridad, respeto y auto-imagen positiva en el alumnado, el tipo de relaciones sociales que propicia y, finalmente, la visión que promueve del mundo. Todos ellos, aspectos propios de un sistema formativo pero que además coinciden en no estar contemplados por nuestro Sistema Educativo.
Así que, dejemos de pensar en la escuela como el lugar donde los hijos aprenden las competencias intelectuales necesarias para su desarrollo laboral y entendamos de una vez que es, más bien, el lugar donde se edifica el ser interior y el ser social. Si lo entendemos así, fácilmente percibiremos el absurdo de delegar tal formación a un sistema cuyo eje operativo es la "transmisión de conocimientos" (así lo asume) y que, además, ni siquiera satisface dignamente sus propios objetivos. Necesitamos trascender el modelo, debemos desertar de las escuelas.
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