¿Qué sería de nosotros sin la culpa? Sin esa terrible sensación difícil de ubicar, no del todo nítida. ¡Qué terrible! No habría límites claros para el albedrío salvo aquellos erigidos por la coerción.
No existirían los llamados placeres culpables. Un momento... ¿de verdad sería así? ¿Extinta la culpa desaparecerían esos placeres particularmente? Es decir, en tanto que culpables. ¿Seguirían siendo placeres? ¿Y qué hay del reproche de los demás? Ese no tendría por qué desaparecer. La culpa es algo personal, íntimo, la crítica de los demás no se basa en ella. ¿O sí? ¿Podría ser que cuando uno apunta con el dedo, juzgando al otro, lo hace en buena medida por tomar venganza por su propia culpa? "Medirás con la vara que seas medido." Quisiera pensar que no, pero tengo mis dudas.
Y de ser independientes, ¿no bastaría la censura colectiva para sentir vergüenza por algo que disfrutamos? ¿La vergüenza no sería razón suficiente para mantener oculto nuestro placer-antes-culpable? ¿Y cuál demonios sería la maldita diferencia?
La culpa es en realidad vergüenza. No pudor, que en éste aún puede haber orgullo, en él todavía hay espacio para la dignidad. No, en aquélla lo que hay es vejación moral, degradación, humillación. La culpa es sin duda vergüenza, pero no la que siente el incompetente, ni el irresponsable ni quien ha sido víctima de un abuso. La vergüenza llamada culpa es la que siempre y únicamente viene asociada con la creencia de haber obrado mal. La culpa es el buqué de vergüenza que deja el mal.
¿Qué sería de nosotros sin este signo? ¿Seguiríamos evitando el mal sin la guía, sin la amenaza, sin el castigo de la culpa? ¿Notaríamos siquiera la diferencia entre bien y mal? Y si dejáramos de notarla, ¿subsistiría? ¿Habría alguna diferencia?
¿Qué tan grande es el saco de nuestras culpas? ¿De qué nos ha servido cargarlo a cuestas todo este tiempo? Seguramente ha impedido que nos convirtamos en asesinos, violadores, ladrones, defraudadores, mentirosos, viciosos, deshonestos, convenencieros, irrespetuosos, microbuseros y demás personajes nocivos para la sociedad. ¿O no será más bien que lo que no somos, poco o nada tiene que ver con la culpa y lo que sí somos, lo somos a pesar de ella? ¿Qué sería de nosotros sin la culpa?
jueves, marzo 01, 2007
jueves, febrero 01, 2007
Razón de Ser.
Yo tuve una nana. La nodriza de mi mamá, Aurelia y con mucho cariño, Lelia, también me cuidó. En realidad no la recuerdo, sólo sé lo que mi madre me ha platicado. ¡Qué extraño que no la recuerde! Si hasta parecía que la naturaleza hubiese deseado que nadie la olvidara: tenía un lunar del tamaño de la palma de mi mano en el lado izquierdo (y casi la mitad) de su rostro. Pero sobre todo, me cuentan que era una gran persona y me quería mucho. A veces incluso regañaba a mi mamá por lo que, en su opinión, eran descuidos suyos hacia mí.
Lelia murió cuando yo tenía dos años. A qué edad, no lo sé. Sólo sé que había nacido un 25 de septiembre, un día de las Aurelias. Había sido bautizada conforme la vieja tradición de tomar el nombre del santoral del día del nacimiento. Dice mi mamá que yo era un niño muy risueño, que me encantaba bailar, lo hacía desde que estaba en su vientre. Sin embargo, la muerte de Lelia debió afectarme de algún modo. Ya no era risueño sino serio y muy callado. Así es como soy ahora. Me dio por tomar las pantuflas de Lelia y acostarme en una cama abrazándolas. ¡Qué raro que no la recuerde!
Mónica nació el 25 de septiembre de 1978, al siguiente año de mi pérdida. Por supuesto, no la conocería sino hasta que cumpliera los quince. Quince largos años durante los que, al principio fui tan feliz como cualquier niño, después me pareció sufrir como cualquier adolescente. Sin embargo más tarde me descubriría sufriendo más que la mayoría. Pasarían otros seis años de vida semi-límbica. Entonces ella se convirtió en un sueño, pero no de esos entre los que vivía y que me impedían vivir realmente sino uno de esos sueños que te impulsan a llenar los pulmones y ponerte en movimiento. ¡Estaba vivo! Y tenía una meta, un objetivo, un verdadero deseo. Caminé como rey mago tras mi estrella durante tres meses, hasta que se detuvo y supe que había llegado a mi destino.
¿Qué pueden hacer veintiún años de soledad en una persona? Quizá afectarlo de formas insospechadas. Creo que crecí sin haber comprendido muchas cosas. De verdad, por más que otras personas te digan que tu versión de la realidad está un tanto distorsionada te es imposible reconocerlo hasta que un día sin razón aparente viene un ¡clic! que te hace ver las cosas un poco menos como tú y un poco más como los demás. Reconoces los fantasmas de tu psicosis. Te das cuenta que has sido un villano, no un héroe. Después de hacer realidad tu sueño, el único que valía la pena, volviste a caer en el reino de los espejismos. Casi ocho años de espejismos. ¿Y a quién arrastraste contigo hasta lo más profundo de las tinieblas? Te había tomado, de esos casi ocho años, unos tres o cuatro en reconocerla. Nació un 25 de septiembre, un año después de… No, volvió a nacer, un 25 de septiembre otra vez, un año después de haberse ido.
Lelia, me hiciste mucha falta. ¿A dónde te habías ido? Ya sé que me he portado mal, pero qué querías si no estuviste allí para enseñarme la diferencia entre el bien y el mal. He sido grosero contigo y he abusado de tu gran corazón y de tu amor infinito. ¿Podrás perdonarme algún día? Ya sé que no lo merezco, ¿pero no se suponía que cuidarías de mí mientras tuvieras vida? ¿No fue por eso que regresaste? ¿No regresaste por mí? Te extraño. Te extraño mucho y no quiero volver a padecer tu ausencia, ¿cómo soportarlo otra vez?
Lelia murió cuando yo tenía dos años. A qué edad, no lo sé. Sólo sé que había nacido un 25 de septiembre, un día de las Aurelias. Había sido bautizada conforme la vieja tradición de tomar el nombre del santoral del día del nacimiento. Dice mi mamá que yo era un niño muy risueño, que me encantaba bailar, lo hacía desde que estaba en su vientre. Sin embargo, la muerte de Lelia debió afectarme de algún modo. Ya no era risueño sino serio y muy callado. Así es como soy ahora. Me dio por tomar las pantuflas de Lelia y acostarme en una cama abrazándolas. ¡Qué raro que no la recuerde!
Mónica nació el 25 de septiembre de 1978, al siguiente año de mi pérdida. Por supuesto, no la conocería sino hasta que cumpliera los quince. Quince largos años durante los que, al principio fui tan feliz como cualquier niño, después me pareció sufrir como cualquier adolescente. Sin embargo más tarde me descubriría sufriendo más que la mayoría. Pasarían otros seis años de vida semi-límbica. Entonces ella se convirtió en un sueño, pero no de esos entre los que vivía y que me impedían vivir realmente sino uno de esos sueños que te impulsan a llenar los pulmones y ponerte en movimiento. ¡Estaba vivo! Y tenía una meta, un objetivo, un verdadero deseo. Caminé como rey mago tras mi estrella durante tres meses, hasta que se detuvo y supe que había llegado a mi destino.
¿Qué pueden hacer veintiún años de soledad en una persona? Quizá afectarlo de formas insospechadas. Creo que crecí sin haber comprendido muchas cosas. De verdad, por más que otras personas te digan que tu versión de la realidad está un tanto distorsionada te es imposible reconocerlo hasta que un día sin razón aparente viene un ¡clic! que te hace ver las cosas un poco menos como tú y un poco más como los demás. Reconoces los fantasmas de tu psicosis. Te das cuenta que has sido un villano, no un héroe. Después de hacer realidad tu sueño, el único que valía la pena, volviste a caer en el reino de los espejismos. Casi ocho años de espejismos. ¿Y a quién arrastraste contigo hasta lo más profundo de las tinieblas? Te había tomado, de esos casi ocho años, unos tres o cuatro en reconocerla. Nació un 25 de septiembre, un año después de… No, volvió a nacer, un 25 de septiembre otra vez, un año después de haberse ido.
Lelia, me hiciste mucha falta. ¿A dónde te habías ido? Ya sé que me he portado mal, pero qué querías si no estuviste allí para enseñarme la diferencia entre el bien y el mal. He sido grosero contigo y he abusado de tu gran corazón y de tu amor infinito. ¿Podrás perdonarme algún día? Ya sé que no lo merezco, ¿pero no se suponía que cuidarías de mí mientras tuvieras vida? ¿No fue por eso que regresaste? ¿No regresaste por mí? Te extraño. Te extraño mucho y no quiero volver a padecer tu ausencia, ¿cómo soportarlo otra vez?
miércoles, enero 10, 2007
Causas sin Rebelión
¿Quién me ha provisto de esa voz que viene desde dentro? ¿Quién y con qué objeto? ¡Con qué derecho!
Todo el tiempo me increpa, incesante, incansable, minuciosa, inquebrantable. La escucho todo el tiempo, sólo a veces la tomo en cuenta, lo admito. Pero es que me resulta imposible negociar con ella. No me deja más opción que ignorarla. Bueno, por lo menos eso intento. Viene luego el reproche, la crítica, la recriminación, el careo.
Lo que me sorprende es cómo puedo ser tan adverso a ella, o ella a mí. No sé quién, de los dos, es el necio. Debe ser éste mi gran misterio. Para algunos, mi gran defecto. Para mí: un lastimoso tormento. Disolverlo, anularlo, ni es tan sencillo como suena ni puede ser la solución. ¿Cómo elegir entre la voz ajena y...?
Creo que ni siquiera sé cuál es mi propia voz. Tal vez sea éste mi primer problema, el originario, la madre de todas mis batallas. ¿Dónde estoy, por cierto? Sé que no estoy frente a la imagen del espejo. No confío mucho en las neuronas ni en la masa encefálica, con sus axones y sus dendritas conformando una complejísima red de... ¿significación? Algo de mí me parece hallar en mis pasiones y (esto a veces me asusta) otro tanto creo encontrar en mis vicios. ¿A qué le llamo vicios? A lo que la maldita voz intrajena ha venido catalogando así, ¡Atroces dicotomías relativas pero absolutistas!
¿No será un constructo social interiorizado? El fruto del gérmen de la educación y la cultura. De ser así, ¿no se trata entonces de una violación? ¿Acaso llevo a cuestas a una innumerable cantidad de personas, vivas, muertas e inventadas? ¿Dónde consigo una vacuna en contra de estos gérmenes? ¿Qué abogado tomaría mi caso? "Jorgeluis vs the people".
¿O será que soy un rebelde, un descarriado? ¿Es que estoy rehusando asimilar la naturaleza propia del ser humano, mi propia naturaleza? ¿Existe tal cosa? Porque yo más bien siento como si me sometiera a los dictámenes de alguien más.
¿Es aquella voz mi propia voz? A mí me suena muy poco familiar. Por más que lo he intentado (¡sí! ¡Lo he intentado!) no me reconozco en ella; bueno, sólo en su timbre, no en su discurso. Su lógica rigurosa que tanto apela a sí misma me deja un sabor seco a tautología, razón de más para desconfiar.
Sin embargo no me he atrevido a desafiar realmente su poder tutelar conductista. A pesar de no ser fiel seguidor tampoco he sido precisamente un insurgente. Persiste en mí la duda de lo bueno y lo malo, sobre lo que debo hacer y lo que debo evitar, en torno a lo que soy y lo que puedo ser.
La pregunta final, la que ronda mi mente, cohabitando con la voz, discutiendo con ella, litigando,... inquietándome; la pregunta es: ¿qué tal si me levanto en armas?
Todo el tiempo me increpa, incesante, incansable, minuciosa, inquebrantable. La escucho todo el tiempo, sólo a veces la tomo en cuenta, lo admito. Pero es que me resulta imposible negociar con ella. No me deja más opción que ignorarla. Bueno, por lo menos eso intento. Viene luego el reproche, la crítica, la recriminación, el careo.
Lo que me sorprende es cómo puedo ser tan adverso a ella, o ella a mí. No sé quién, de los dos, es el necio. Debe ser éste mi gran misterio. Para algunos, mi gran defecto. Para mí: un lastimoso tormento. Disolverlo, anularlo, ni es tan sencillo como suena ni puede ser la solución. ¿Cómo elegir entre la voz ajena y...?
Creo que ni siquiera sé cuál es mi propia voz. Tal vez sea éste mi primer problema, el originario, la madre de todas mis batallas. ¿Dónde estoy, por cierto? Sé que no estoy frente a la imagen del espejo. No confío mucho en las neuronas ni en la masa encefálica, con sus axones y sus dendritas conformando una complejísima red de... ¿significación? Algo de mí me parece hallar en mis pasiones y (esto a veces me asusta) otro tanto creo encontrar en mis vicios. ¿A qué le llamo vicios? A lo que la maldita voz intrajena ha venido catalogando así, ¡Atroces dicotomías relativas pero absolutistas!
¿No será un constructo social interiorizado? El fruto del gérmen de la educación y la cultura. De ser así, ¿no se trata entonces de una violación? ¿Acaso llevo a cuestas a una innumerable cantidad de personas, vivas, muertas e inventadas? ¿Dónde consigo una vacuna en contra de estos gérmenes? ¿Qué abogado tomaría mi caso? "Jorgeluis vs the people".
¿O será que soy un rebelde, un descarriado? ¿Es que estoy rehusando asimilar la naturaleza propia del ser humano, mi propia naturaleza? ¿Existe tal cosa? Porque yo más bien siento como si me sometiera a los dictámenes de alguien más.
¿Es aquella voz mi propia voz? A mí me suena muy poco familiar. Por más que lo he intentado (¡sí! ¡Lo he intentado!) no me reconozco en ella; bueno, sólo en su timbre, no en su discurso. Su lógica rigurosa que tanto apela a sí misma me deja un sabor seco a tautología, razón de más para desconfiar.
Sin embargo no me he atrevido a desafiar realmente su poder tutelar conductista. A pesar de no ser fiel seguidor tampoco he sido precisamente un insurgente. Persiste en mí la duda de lo bueno y lo malo, sobre lo que debo hacer y lo que debo evitar, en torno a lo que soy y lo que puedo ser.
La pregunta final, la que ronda mi mente, cohabitando con la voz, discutiendo con ella, litigando,... inquietándome; la pregunta es: ¿qué tal si me levanto en armas?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)