Somos máquinas de aprender, no podemos interrumpir tal proceso. La cuestión es: estamos aprendiendo a qué.
Detrás de "el tiempo lo cura todo" y de "uno nunca es el mismo que fue ayer", está el silencioso proceso de aprendizaje continuo.
Una pareja que se distancia ha ido aprendiendo a conformarse con ese compromiso/intimidad a medias.
El padre o la madre violentos -física o psicológicamente- consolidan el aprendizaje especializado en la violencia, descuidando otros modos de afrontar las dificultades con los hijos, los cuales a su vez aprenden la misma lección.
Entregarse horas y horas a entretenimientos aislantes y ligeros es un aprendizaje. ¿De qué? De que la realidad es un cascarón delgado y hueco; y en seguida se aprende a juzgar todo "por encimita", a no formarse un criterio sino asumir uno ya hecho. Se aprende un rango limitadísimo de apreciación estética, de despliegue emocional y de reflexión ética. El gusto se encadena a un puñado de variantes pseudoartísticas cuya verdadera finalidad es económica. Las emociones se viven dentro de un marco de inmadurez, entre un amor de cuentos de hadas y un odio de telenovelas. Y la reflexión ética se reduce a un simplista y maniqueo "¿tienes el valor o te vale?", o a frases placebo, rimbombantes pero reduccionistas, que ahorran la fatiga de pensar por uno mismo -de esas que inundan las redes sociales.
Al no poder "pausar" el proceso de aprendizaje, el efecto bola de nieve hace que el cambio -para quien lo pretende- sea tan difícil. Pero el tratar de reconducirlo no sólo implica frenar una inercia sino -quizá sobre todo- renovar uno o más principios cognitivos, es decir, literalmente, aprender cosas nuevas.
¡Y cómo va uno a realizar semejante hazaña por sí mismo? La verdad, no lo sé. Hay tantas corrientes de pensamiento -y tantos charlatanes detrás o dentro de cada una- pero tan poca evidencia, verdadera evidencia científica, que no me atrevo a aventurar una respuesta. Sin embargo, lo que sí me queda claro es que si no se expone uno a contenidos diferentes, sus procesos de aprendizaje continuarán por el rumbo que llevan, a merced del entorno: lo que me enseñaron mis papás, lo que hacían mis compañeros, mis amigos o hasta mis rivales, lo que los medios de comunicación me informan, etc.
Y por contenidos no me refiero sólo a productos culturales -cine, literatura, música, arte- sino también a modos de proceder, tanto transitivos como intransitivos; es decir, cuyos efectos recaen principalmente en lo_otro/los_otros o en mí, respectivamente. Sin aproximarnos a esos otros contenidos-dado que no va uno a redescubrir o reinventar nada- el aprendizaje no desbordará los límites -o limitaciones- a las que ya está sujeto.
De aquí que, la reflexión final es:
En mi aprendizaje, continuo e irrefrenable, ¿qué contenidos he elegido y cuáles he "heredado" irreflexivamente? Y, por supuesto, ¿estoy satisfecho con ello?
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