¿Eres fea? ¿Eres feo? Tal vez no lo seas. Quizá no te
concibas como feo o no te sientas fea. Pero igual tampoco presumas de guapo o
hermosa. O sí, pero, ¿lo eres? ¿O es sólo un discurso, I am beautiful in every
single way? ¿Las palabras no te desaniman?
¿Ni las imágenes? Qué tal el bombardeo mediático de los estándares de belleza.
No me digas, te viene guango. Eres inmune y jamás has cuestionado tus
atributos. O acaso no piensas “en esos términos”. “La belleza se lleva por
dentro.” “La edad es un estado de ánimo.” Y esos no son slogans, es la neta.
Aquí entre nos… eso es choro, ¿no? No eres ni hermosa ni
guapo. O no lo suficiente, no tanto como de veras te gustaría serlo. Te miras
al espejo y detectas un detallito aquí, otro allá y no estás conforme, no
brincas de gusto.
Pero, ¡oh, afortunada tú, afortunado yo, afortunados
todos! Para cada uno de esos “detallitos” existen remedios, y un grupo de expertos
interesados en tu bienestar, en tu superación, en tus objetivos. No sólo tienen
bien claro el lamentable estado en que te encuentras sino que tienen a su
disposición el conocimiento y las técnicas, el poder, para hacer de ti un ser
bellísimo, cautivador, irresistible. En otras palabras, poseen la solución a
todos tus problemas, la respuesta a todas tus plegarias.
Quién iba a imaginar que en este mundo, tan volcado a la
belleza –en el que si no eres bella ni guapo, no eres nadie– y en el que te
encuentras tan en desventaja, existiría un oasis poblado de seres superiores por cuyas dádivas sólo pedirían a cambio tu cochino dinero. Eso y tu
sumisión total. Porque si no te sometes a su legítima autoridad, si dudas de
sus juicios, ¿cómo van a dignarse a compartir contigo sus milagrosos, únicos
remedios? ¿Quién eres tú para juzgar la verdadera naturaleza de tu belleza?
¿Quién, para saber lo que es necesario cambiar en ti para convertirte –¡por
fin!– en un ser luminoso y bello? No, no, no. Tus dudas, todas tus reservas y
hasta las pocas o muchas iniciativas que tengas se quedan en la puerta, porque
aquí los tibios son escupidos con mayor desdén que si fueran opositores.
Bienaventurados los que se han puesto incondicionalmente en sus manos
porque de ellos será el reino de la perfección estética. Mas no los creas
soberbios. Todo lo contrario, con humildad te dirán, “no pretendemos hacer de ti
otra persona, simplemente la persona más hermosa que puedes llegar a ser”.
Así es que cuando te entregas por completo, cuando
finalmente recapacitas y te convences de que no es el mundo el que marcha mal, que
no son perversas ni la exigencia de ser-bello-así ni la constante presión para que
dejaras de ser fea o feo, que la angustia no era inducida sino que provenía
genuinamente de tus entrañas, de tus deseos más profundos, de saber en el fondo
que algo andaba mal contigo, terriblemente mal. Cuando has sido capaz de dar
ese paso, te has ganado las llaves del paraíso y todo lo que aborrecías en ti
habrá de ser eliminado definitivamente... Hasta la siguiente etapa porque, ni Roma se
hizo en un día ni los remedios ofrecidos son tan milagrosos, requieren de
mantenimiento periódico, exigen retoques de vez en cuando. "Ayúdate que yo te ayudaré." No querrás perder
todo cuanto hayas ganado, ¿verdad?
Seguro captas la ironía. Tal vez coincidas con mi percepción.
¿Concordarías con mi siguiente paso, en el que cambio el concepto/contexto de
belleza por el de autoestima, por el de autoimagen, o por el de
autorrealización? Los cambio y, mutatis mutandis, sostengo exactamente la misma estructura del
fenómeno, así como sus implicaciones. Bajo un contexto se habla de
imperfecciones físicas, en los otros serían deficiencias de carácter. A tu defectuosa
base genética se corresponderían tus enfoques epistemológicos distorsionados. A
los exigentes regímenes dietéticos, un puñado de normas conductuales. Las
drásticas intervenciones quirúrgicas se transformarían en constricciones
inflexibles al pensamiento. La cesión de la voluntad y de la identidad, así
como el botín, serían los mismos. ¿Me sigues? ¿O he ido demasiado lejos?
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