El amor no es más que un vínculo, una forma de relacionarse con otra persona. El amor no hace nada, no es algo que le haga a uno cosas, que lo cambie, que lo impulse a ser otro. Por supuesto que no. ¿Por qué? Porque es el otro, la persona a quien se ama la que provoca todo eso. No un estúpido concepto idealizado y hueco sino un ser real de carne y hueso, sensible, con un contexto propio y que, lo mismo responde a nuestro comportamiento que nos provoca con el suyo.
El amor es sólo el nombre que se da a la relación existente entre dos personas que se aman. Pero lo que en realidad los une son sus voluntades, sus deseos, sus experiencias compartidas y, sobre todo, la necesidad que tienen uno del otro. Todo eso está en ellos, en los amantes. O los amorosos, como dijera Jaime Sabines. Y no es sólo una sutil diferencia, tampoco una trampa lingüística ni un simple cambio de enfoque. Es toda una concepción radicalmente distinta cuyas consecuencias contrastan notoriamente con la postura aún dominante.
Fundamentalmente, al no existir esa entidad ajena a los dos amantes, todo lo que suele adjudicarse al amor en realidad sólo puede y debe ser atribuido a las dos personas en cuestión. Así, cada quien es igual de responsable de sus actos tanto antes como durante y después del amor. No es posible enfatizar demasiado el punto: el amor no tiene ningún poder sobre las personas, tampoco puede tener la culpa de nada, todo, absolutamente todo es responsabilidad de los dos individuos que se aman.
Estamos tan acostumbrados a la conceptualización, tan bien adiestrados para idealizar ciertos conceptos, que al decir por ejemplo "la Guerra es mala", ya ni siquiera recordamos que la guerra no se hace sola, la hacemos los hombres. Y así como la guerra no es una maldición enviada por Marte, así como la guerra no es cruel ni hace daño, tampoco el amor es una bendición de Afrodita, no es esplendoroso ni hace milagros. Los humanos podemos ser crueles, al grado de declarar la guerra y hacernos daño unos a otros con nuestra violencia. Pero también somos capaces de amar y somos nosotros, amando, los responsables de ese esplendor y aquellos milagros.
Por eso, rotundamente asevero que el amor está sobrevaluado, porque se insiste en otorgársele el valor que en realidad emana de los amantes. ¡No es el amor por lo que vale la pena luchar! Eso no llega ni a sentido figurado, es una idea de oropel, una falacia cuyo fin ha caducado. Es a quien se ama por quien vale la pena luchar. Que el amor se vaya al carajo pero que esa persona que nos hace suspirar permanezca a nuestro lado para siempre. No es el amor. ¡Eres tú, mi amor!
1 comentario:
Oh! Ya ves? Es que todo lo tomas muyliteral y no te explicas bien! JAJAJAJA!!
Al ratito te voy a decir lo que pienso de este texto...Creo que va a ser más efectivo que un comentario en tu blog.
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