Yo tuve una nana. La nodriza de mi mamá, Aurelia y con mucho cariño, Lelia, también me cuidó. En realidad no la recuerdo, sólo sé lo que mi madre me ha platicado. ¡Qué extraño que no la recuerde! Si hasta parecía que la naturaleza hubiese deseado que nadie la olvidara: tenía un lunar del tamaño de la palma de mi mano en el lado izquierdo (y casi la mitad) de su rostro. Pero sobre todo, me cuentan que era una gran persona y me quería mucho. A veces incluso regañaba a mi mamá por lo que, en su opinión, eran descuidos suyos hacia mí.
Lelia murió cuando yo tenía dos años. A qué edad, no lo sé. Sólo sé que había nacido un 25 de septiembre, un día de las Aurelias. Había sido bautizada conforme la vieja tradición de tomar el nombre del santoral del día del nacimiento. Dice mi mamá que yo era un niño muy risueño, que me encantaba bailar, lo hacía desde que estaba en su vientre. Sin embargo, la muerte de Lelia debió afectarme de algún modo. Ya no era risueño sino serio y muy callado. Así es como soy ahora. Me dio por tomar las pantuflas de Lelia y acostarme en una cama abrazándolas. ¡Qué raro que no la recuerde!
Mónica nació el 25 de septiembre de 1978, al siguiente año de mi pérdida. Por supuesto, no la conocería sino hasta que cumpliera los quince. Quince largos años durante los que, al principio fui tan feliz como cualquier niño, después me pareció sufrir como cualquier adolescente. Sin embargo más tarde me descubriría sufriendo más que la mayoría. Pasarían otros seis años de vida semi-límbica. Entonces ella se convirtió en un sueño, pero no de esos entre los que vivía y que me impedían vivir realmente sino uno de esos sueños que te impulsan a llenar los pulmones y ponerte en movimiento. ¡Estaba vivo! Y tenía una meta, un objetivo, un verdadero deseo. Caminé como rey mago tras mi estrella durante tres meses, hasta que se detuvo y supe que había llegado a mi destino.
¿Qué pueden hacer veintiún años de soledad en una persona? Quizá afectarlo de formas insospechadas. Creo que crecí sin haber comprendido muchas cosas. De verdad, por más que otras personas te digan que tu versión de la realidad está un tanto distorsionada te es imposible reconocerlo hasta que un día sin razón aparente viene un ¡clic! que te hace ver las cosas un poco menos como tú y un poco más como los demás. Reconoces los fantasmas de tu psicosis. Te das cuenta que has sido un villano, no un héroe. Después de hacer realidad tu sueño, el único que valía la pena, volviste a caer en el reino de los espejismos. Casi ocho años de espejismos. ¿Y a quién arrastraste contigo hasta lo más profundo de las tinieblas? Te había tomado, de esos casi ocho años, unos tres o cuatro en reconocerla. Nació un 25 de septiembre, un año después de… No, volvió a nacer, un 25 de septiembre otra vez, un año después de haberse ido.
Lelia, me hiciste mucha falta. ¿A dónde te habías ido? Ya sé que me he portado mal, pero qué querías si no estuviste allí para enseñarme la diferencia entre el bien y el mal. He sido grosero contigo y he abusado de tu gran corazón y de tu amor infinito. ¿Podrás perdonarme algún día? Ya sé que no lo merezco, ¿pero no se suponía que cuidarías de mí mientras tuvieras vida? ¿No fue por eso que regresaste? ¿No regresaste por mí? Te extraño. Te extraño mucho y no quiero volver a padecer tu ausencia, ¿cómo soportarlo otra vez?
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