Corría el año de 1990. Era mi primer año de prepa y también mi primer encuentro con dos misterios de la existencia. Uno de ellos, la Lógica. Hasta el mes de agosto de aquel año, la Lógica era para mí una manera más de referirse a la obviedad, a lo que el sentido común dictaba, a lo infalible por evidente. "Por lógica esto debe ser así", se decía, o "¡es lógico!" por "¡es obvio!".
Sin embargo pronto aprendí que la Lógica no era eso que al parecer todo el mundo pensaba (o me había hecho creer), no señor. La Lógica resultaba ser un cuerpo bien estructurado de formas mentales que determinaban el curso de un razonamiento claro e inequívoco y no tenía nada que ver con la obviedad. Tampoco era coasa fácil valerse de ella. De probarme tal cosa se encargó (¡y vaya si se esmeró!) miss Juanita, la maestra que impartiera aquel tormentoso curso de Lógica preparatoriana.
La mayor peculiaridad de miss Junita era que se trataba de una monja. En mi vida había lidiado con una. El encuentro con tal ente fue el segundo misterio al que me he referido y, puedo jurarlo, me impactó muchísimo más que el primero. Conocía a muchos sacerdotes, ninguno que me causara gran impresión o que no fuera tolerable con cierta facilidad. Pero aquel espécimen exótico, esa rara, peligrosa y antinatural hibridación de consagración de fe y búsqueda de la verdad científica, siempre se las arregló para desconcertarme en lo más profundo de mi ser. Antes de cada clase le pedía a los espíritus de los hombres de ciencia que me ayudaran a sobrellevar mi cruz. Lo cual la hizo acreedora del apodo "Sor Juanita del Perpetuo Socorro".
Recuerdo que hacia el final del ciclo escolar (ya en el '91) y tras habernos instruido en diversos métodos, miss Juanita entró un lunes al salón de clases con una propuesta: "esta semana les aplicaré un examen sorpresa", nos dijo con su voz chillona y endurecida in seculae seculorum (amén).
En ese momento mi cerebro se puso a trabajar a mil por hora. Miss Juanita no miente (está obligadísima a decir la verdad), así que a güevo que nos aplica un examen sorpresa esta semana. Sin embargo, si para el viernes no ha aplicado el examen, todos sabremos que ese día tendrá que hacerlo y ya no será sorpresa. Por lo tanto, el examen no puede ser el viernes. ¡Perfecto! Pero entonces, si llega el jueves y aún no hemos tenido examen de Lógica sabremos que, como no puede aplicarse en viernes, tendrá que aplicarlo ese mismo día y, nuevamente, no sería sorpresa.
Muy pronto me di cuenta que por los mismos argumentos el examen tampoco podía ser aplicado el miércoles, ni el martes y... ¡ni siquiera ese mismo día, el lunes! Algo andaba mal. Miss Juanita no mentiría, al menos no frente a todo el grupo, si dijo que nos aplicaría un examen esa semana y que nos tomaría a todos por sorpresa, así tenía que ser. Sin embargo, la Lógica apuntaba a que tal cosa no era posible.
Perdido en mis cavilaciones y desconcertado una vez más, alcancé a escuchar una voz lejana que por un momento pareció provenir de mi interior; “saquen una hoja en blanco, una pluma y guarden todo lo demás, les voy a dictar el examen sorpresa”. ¡¡¡¿Quéee?!!! Hasta ahora no he podido comprender lo sucedido, pocas veces en mi vida me han dejado tan confundido. Y anécdota de la sorpresa que me llevé, junto con el resto del grupo, trascendió la clase, el año escolar y toda la prepa.
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