[Publicado originalmente el 5 de marzo de 2008.]
La postulación de tan sorprendente objeto se dio a partir de la necesidad de explicar la transmisión de las ideas. Hasta hace no mucho tiempo esto se explicaba mediante el llamado fenómeno comunicativo (emisor-mensaje-receptor), explicación que la teoría de la información no modificó gran cosa al aparecer en escena. La objeción a esto, no obstante, era la naturaleza de la información. ¿Qué es exactamente? ¿Por qué parece no agotarse sino que por el contrario se multiplica en cada comunicación? (Esto último porque el emisor no se desprende de la información al transmitirla, es decir, no olvida lo que comunica y sin embargo el receptor se hace, a su vez, de la información.) Y sobre todo, ¿puede asegurarse que la información almacenada por el emisor es exactamente la misma que la adquirida por el receptor?
Para resolver estas intrigas se pensó en el funcionamiento de los genes, extrapolando un poco los hallazgos en esa materia hacia el terreno de la información y, voilá, ahí tenemos a los memes. Pero lo más interesante de esta concepción es la doble conclusión que de ella se desprende.
Por un lado, resulta que todo el proceso de generación de ideas no es tanto el fruto de nuestros cerebros súper avanzados, sino que más bien, gracias a la enorme complejidad neuronal que nos ha otorgado la evolución es que somos capaces de ofrecer un vasto caldo de cultivo para el proceso replicador y generador de los memes.
Por el otro lado y, como ya se insinuaba, también resulta que en realidad no es tanto el hombre quien piensa, sino quien padece el pensamiento. Es decir, que nuestros pensamientos no son realmente nuestros, o lo son tanto como el virus de la gripe cuando ésta nos pega. Nuestro cerebro, ese órgano rector deificado (casi tanto como el falo) no es el origen del razonamientodopoderoso. Es simplemente su sustrato, la cancha de juego, la cama donde los memes fornican libertinamente y se reproducen como pinches conejos.
Esa idea me parece fascinante y aquí está mi pequeña contribución al asunto. Una reflexión un tanto amarga. De corroborarse la existencia de esos maravillosos bichos llamados memes, de ser verdad que brincan casi sin restricciones de un cerebro a otro y de allí a un tronco, convirtiéndose en tótem, a una piedra, transformándose en geroglífico, a un pedazo de papel, conformando un libro o a una computadora, configurando un blog; de ser cierto todo eso habrá, en un futuro no muy lejano, quien sea capaz de rastrear la propagación y evolución de esas especies. Quien lo haga, podrá dar cuenta del brote de epidemias de pensamiento que rigieron durante siglos, de las corrientes de migración de las ideas, de la prolífica mutación paulatina de las corrientes de pensamiento, de la extinción de reinos enteros de memes y el consecuente dominio de nuevas especies y, de pasada, de la procedencia de la bola de estupideces que atosigan mi cerebro todos los días.
Aunque con toda seguridad para entonces ya habrá sido demasiado tarde para mí. Si es cierto todo este desmadre de los memes, no me queda más que ofrecer al lector y a la lectora una sincera disculpa por esta insalubre exposición a los virulentos memes que para la ocasión han tenido a mal escapar de mi cerebro. Asimismo, lamento informarle que esto de la memética es mayormente tierra virgen y queda aún mucho por explorar, razón por la cual se avista demasiado lejana la posibilidad de una vacuna. Aunque, ahora que mis memes reconstruyen el siguiente pensamiento (antes habría dicho "ahora que lo pienso"), conozco a varios sujetos que son inmunes a la infección de memes complejos, por ejemplo los microbuseros. En fin, lector, lectora, si no es usted microbusero, una vez más: mis más sinceras disculpas.